EL POEMA AL QUE LE DEBEMOS EL NOMBRE DE LA REVISTA:


"Si pudiera lo haría: me rociaba
de pirocromos y canela,
y vivo me
quemaba;
ah,
pero que tu pecho
fuera mi plaza pública.

Imagina: escalarte
nardo a nardo con ardor hasta los ojos,
e inaugurar el día
desde allí…

---Me sueño
este charco de sol
que se pone de pie para cantarte".

-Si pudiera lo haría, de Desiderio Macías Silva

viernes, 30 de marzo de 2012

El juego


Perla Holguín Pérez


Janeth sintió el revólver justo en medio de sus ojos, pensó que aquella sería la última vez, pero el juego no había terminado. ¡Otra oportunidad!, gritó Juan. Janeth recordó el programa de concursos donde el público grita a una voz “¡Otra oportunidad!” cuando el concursante falla la respuesta. ¡Mierda! Ahora me siento una mediocre. Vino el siguiente turno, la sien de Josué. ¡Bang! Un rocío rojo sobre Janeth. ¡Mierda! Ya se jodió otra vez. Miró su pierna coja. El revólver cambió de mano, era el turno de Mónica. Directo al corazón.  Pinche Mónica siempre con su dramatismo. ¡Bang! ¡Mierda! Un agujero preciso al pecho como la boquilla de una fuente manando. Juan no lo resistió. Corrió asustado, olvidando el revólver en la mano de Mónica. En el fondo, esperaba que Janeth fuera la primera. ¡Mierda! Ahora me va a tocar a mi sola limpiar este desmadre. Tomó los cuerpos de Josué y Mónica y los llevó al viejo caldero. Puso el revólver sobre éste, mientras dificultosamente intentaba encender el fuego. Se había acabado la gasolina la última vez que se reunieron. Ni modo, habrá que echarle leña. Pero no la tenía. Una idea. ¡Crack!... ahhh ¡Listo! El bastón de Josué. Hizo unas cuantas bolas de papel de baño, puso encima el bastón partido en dos y encendió un cerillo. Sopló rápidamente, como centellas viajando de su boca al papel, iluminando los trozos del viejo bastón. La pira prolongó la sombra de Janeth sobre la pared. Un brazo fugitivo asomó del caldero. Mónica. Hasta muerta haces tu pinche desmadre. Un segundo. ¡Mierda! ¿Estabas muerta? Se acordó del apagado “ahhh…” Ni pedo. Cogió el brazo que se escurría y lo aventó al montón. Se sentó a un lado cruzada de piernas sobre el suelo. Sintió el calor de la hoguera, al mismo tiempo que veía su reflejo en el charco. Pensó de nuevo. Puto Juan. A ver cómo jodidos saco esas manchas. Miró a la pira y vio sobre el caldero el fino mango de madera, el revólver. Recordó que Juan había llevado tres balas. Vientos. Seguro el pendejo también la puso. Tomó el arma rápidamente y la presionó en medio de sus ojos. La boca del revólver. El metal hirviente. Derritiéndose. Escurriendo sobre su nariz. Disparó instintivamente. Un ahogado bang¡Mierda!

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