EL POEMA AL QUE LE DEBEMOS EL NOMBRE DE LA REVISTA:


"Si pudiera lo haría: me rociaba
de pirocromos y canela,
y vivo me
quemaba;
ah,
pero que tu pecho
fuera mi plaza pública.

Imagina: escalarte
nardo a nardo con ardor hasta los ojos,
e inaugurar el día
desde allí…

---Me sueño
este charco de sol
que se pone de pie para cantarte".

-Si pudiera lo haría, de Desiderio Macías Silva

viernes, 30 de marzo de 2012

Tres poemas


Salvador Gallardo (el hijo)


Poema mecánico I

Esta es la última ronda
que hace la luciérnaga.
es el primer relámpago
del gallo.
A esta hora el reloj se duerme.
Te sueño tan despierto,
tan dormido te pienso.
País del exiliado:
¿en dónde te  florecen las fronteras?
El silencio hurgando en la hielera
se ha congelado.
¿Por qué las hojas no se visten
con su marzo aéreo?
Grito y olvide tu nombre,
lloro y en el buró
mis párpados
se fugan a las manos.
A mí, a mí el árbol
pero si está mudo
y en su rama el fruto
del ahorcado.

1957 México, D. F.

Poema mecánico II


Las hormigas del tacto
llevaban hojas de brisa
por la canícula de la cama.
Luego cayó el ladrido
del último sueño
y despertó sobresaltado
el sombrero clavado en el perchero;
mientras los maniquíes
 se rascaban los tornillos
a un ritmo de rumba
arrabalera.
Adiós gritó
la una de la mañana
agitando su mano fluorescente
en el reloj,
a tiempo de vestirse
con el traje prestado
de las dos.
Adiós…

28 de julio de 1956 México, D. F.


POEMA MECÁNICO III


LOS SUEÑOS


Mientras leía un libro de poemas
me clavó su jeringa hipodérmica el sueño,
enfurecidos torrentes de morfina
tomaron mis ojos por asalto.
Mis párpados cayeron como pesados telones
de un teatro frívolo
y en un desorden lógico de hormigas tentaleando
con frágiles antenas, treparon a mi cerebro
los deseos y los temores reprimidos.
Mi bajo vientre,
como hiena insaciable, atada a un árbol,
cansada de morder el vacío, destrozó su sombra.
Qué infinito es el lecho del soltero,
qué cruel la noche,
la noche es la alcahueta que abre la ventanas,
ayudada por el viento,
para escombrar los cuartos
con olor a cabello húmedo, a sudor y a huerto.
y para que entre la luna descalza
a recorrernos con su lengua fría,
desde los pies a la almohada;
mientras un rebaño de delfines ciegos
se asfixia entre estertores en la playa.
Estertores de la muerte,
que gime, empuja y que trata
de probar si el sastre le hizo
nuestro esqueleto a su talla.
Los sueños son la compra
de una muerte en abonos.

México, D.F.28 de julio de 1956

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