EL POEMA AL QUE LE DEBEMOS EL NOMBRE DE LA REVISTA:


"Si pudiera lo haría: me rociaba
de pirocromos y canela,
y vivo me
quemaba;
ah,
pero que tu pecho
fuera mi plaza pública.

Imagina: escalarte
nardo a nardo con ardor hasta los ojos,
e inaugurar el día
desde allí…

---Me sueño
este charco de sol
que se pone de pie para cantarte".

-Si pudiera lo haría, de Desiderio Macías Silva

martes, 10 de abril de 2012

Espantapájaros


José Leonardo Lucero López
[Aguascalientes, 1987]


El infinito desierto, el infierno en la Tierra.
Ya no escucho la vida,
Soy dueño de nada.

Un viejo emerge a la gran llanura. La superficie, constantemente atacada por los vientos y expuesta a la radiación ultravioleta, es un entorno peligroso para cualquier ser vivo que se atreva a subir desde la profundidad de las ciudades. Se asoman sólo los preservadores y cultivadores, o algunos pocos aficionados a la biótica. A pesar del viniléster que lo protege, el viejo se apresura a desplazarse hasta su objetivo.
Es el tiempo de la cosecha restringida. Afuera, las tres horas diarias de sol, dosis a la que se han adaptado los domos de soporte biológico, están llegando a su fin. Dentro, la flexible figura del viejo se desliza lentamente entre el azul y el púrpura de la sección botánica. Los olores cenagosos, omnipresentes, se impregnan a su ropa; el sudor brilla debajo de sus ojos y cae de su frente. El ambiente sopla humedad, él abre los brazos y su cabeza se levanta. Overol, sombrero, gabardina, botas, y los ojos sin expresión. El espantapájaros busca algo que recuerda haber guardado, hace mucho, para hoy.
Era hace veinte años cuando el talador veía el bosque desde la ventana de su casa, los árboles majestuosos se erguían como gigantes entre la niebla y su respiración silenciosa murmuraba secretos que sólo él conocía. El talador escuchaba su nombre cada semana, su patrón acudía siempre a la misma hora, discreto. En la última visita decidió, además de hablar, despedirlo.
-Seguramente tendrás que, como particular, tramitar una especie de permiso. Para mí, ahora es demasiado el precio y por lo tanto, queda fuera de mi control. Podrás vivir aquí, pero los árboles dejarán de ser tuyos.
Nunca supo por qué grandes corporaciones comenzaron a comprar enormes extensiones de tierra en el bosque. De lo que sí tuvo certeza fue de la desaparición del olor a madera de su entorno y de los silencios que preceden a los cambios atípicos. Ese día, la sierra no reclamó más energía y el hombre cerró sus ojos.
El murmullo de la respiración dejó de existir. Las máquinas visitantes lo apagaban. En su lugar, aparecieron los gritos y la risa de niños. Ellos observaban jaulas; mientras, eran vigilados por un talador.
Los gritos se apagaron, las leves modulaciones de la sutil venganza se apropiaron de los oídos de un hombre perturbado. ¿Quién podría resistirse a tales sugerencias de una voz interior? Por lo menos, este hombre no se resistió, tenía que justificar un trabajo de conservación, además, echaba de menos tantos secretos que se perdieron junto con el ubicuo sonido de la vida. Tenía razón, por ello, no se le puede llamar psicópata. No cuando la ausencia de todo aquello que tanto se adora escuchar se convierte en la sordera del espíritu para todo lo demás.
El filo de una hoja inoxidable no fue tan contundente como las manos que en ese momento abrían un canal escarlata; la sangre fluía pesadamente rodeando montículos de vísceras y los pensamientos del hombre giraban hacia el frente...
La flexibilidad de una forma busca entre el tronco de un árbol, el viejo espantapájaros no podría recordar el lugar exacto, mas el olfato lo guió hasta aquí. Con la ayuda de una rudimentaria hacha consigue abrir una hendidura lo suficiente como para descubrir un hueco ya conocido. Tanto brillo en sus ojos se explica ahora. Hace vibrar su garganta en señal de triunfo. Deja caer el hacha y se lo queda mirando.
Atrás, dos vigilantes corren hacia él y lo llaman a gritos por su nombre, no los oye. No lo haría ahora, no lo ha hecho desde hace mucho y no lo hará jamás. Un talador se hunde en el cieno contemplando dos momias infantiles con sendas orejas mutiladas.

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