EL POEMA AL QUE LE DEBEMOS EL NOMBRE DE LA REVISTA:


"Si pudiera lo haría: me rociaba
de pirocromos y canela,
y vivo me
quemaba;
ah,
pero que tu pecho
fuera mi plaza pública.

Imagina: escalarte
nardo a nardo con ardor hasta los ojos,
e inaugurar el día
desde allí…

---Me sueño
este charco de sol
que se pone de pie para cantarte".

-Si pudiera lo haría, de Desiderio Macías Silva

martes, 10 de abril de 2012

Transición, provocación y ruptura

Roberto Bolaños Godoy
(Aguascalientes, 1989)


[Yaxkin Melchy, Los poemas que vi por un telescopio,
Tierra Adentro, México, 2009, 110 pp.]



I

Una constante en los escritores novatos es la del ansia por la publicación de una obra que, dadas las circunstancias, será prematura. Julio Cortázar advertía alguna vez, en una entrevista para el programa A Fondo de Joaquín Soler Serrano en los setenta, sobre las consecuencias de este mal: principalmente el arrepentimiento futuro por la publicación precoz, sin olvidar el poco -si no es que nulo- aporte para la literatura por un simple capricho de juventud que no alcanza a justificar el gasto de papel.
            No se puede esperar encontrar en todos los escritores jóvenes un Rimbaud, él fue una excepción insólita y cualquier comparación sería injusta. En cambio, se puede esperar el trabajo, la madurez paulatina en constante asenso y, con bastante persistencia se puede esperar también una opera prima encaminada por el oficio, la evidente asimilación de lecturas, la consciencia de la tradición, el espíritu innovador y la ambición por una voz y un estilo particulares. En mi caso, me entusiasma encontrar obras de escritores jóvenes (sobre todo aquellos pertenecientes a la generación de los ochenta, la mía por supuesto) que cumplen con todos los aspectos anteriores, me gusta encontrar nuevas voces, que si bien, emergentes no por ello inseguras de su expresión.
Los poemas que vi por un telescopio de Yaxkin Melchy es un ejemplo de lo anterior. En un ambiente literario abrumado por los libros unitarios (cuya proliferación ya ha sido denunciada por Gabriel Wolfson en el número 129 de la revista Crítica) en los que la falta de esmero, el facilismo y la unidad como recurso reivindicador de una escritura lisiada, el volumen de Melchy surge y se destaca como una muestra de verdadero trabajo poético, de preocupación por la obra antes que por su publicación inmediata.
Esto ya lo he dicho antes, si las piezas de un volumen no logran sostenerse por sí mismas de nada valdrá la intertextualidad, el diálogo, la superposición, el pastiche y demás artimañas que los jurados suelen elogiar en las actas de premiación. La unidad no lo es todo, de hecho no es nada. Es una característica accidental producto de la conformación de un plan previo a la escritura; las ideas nacen en la cabeza del autor, y estas son atraídas por el vórtice en que se convierte el proceso de escritura. La cualidad unitaria es fortuita, pero cuando surge se vuelve ineludible.
El resultado de este procedimiento garantiza actualidad, más no talento literario. Eso se revela en otros aspectos además de la unidad. Yaxkin Melchy pertenece a una estirpe de poetas interesados por el juego y el sentido. Su propuesta, podría decirse que “experimental”, continuamente busca; inconforme juega con los sentidos, las formas, los espacios en la página y las imágenes como complemento de los textos. Además de las referencias a Huidobro y Meme Rocha en los epígrafes -así como a José Gorostiza en alguna mención de Muerte sin fin dentro de la obra-, yo me atrevo a formular la siguiente genealogía hipotética: de los Caligramas de Apollinaire a los poema ideográficos de Tablada, de Blanco y los Topoemas de Paz, a los Grafopoemas de Ramón Ordaz. Referentes tal vez no del todo exactos pero que en mi experiencia como lector de poesía son los que poseo y los que inmediatamente puedo vincular en el terreno meramente de lo formal.

II

Y es que este aspecto, el de la forma, es que el que resulta inusitado a primera vista. Con sólo hojear el libro basta para inyectar en el lector la suficiente dosis de extrañeza como para provocar la lectura. Al menos yo busco en la poesía un sentido que obedezca a un impulso creativo genuino, que sea a la vez resultado de una necesidad de expresión, y en la que los recursos retóricos le son inherentes más que un agregado ornamental, es decir, que la forma obedezca a la necesidad expresiva, a su discurso, y no realces artificiosos y complejos pero en el fondo vacíos. La obra de Yaxkin no carece de ese sentido.
            La innovación de Los poemas que vi por un telescopio no solamente es formal o técnica, lo es también temática. Alguien ha dicho que los temas y tópicos de la literatura se cuentan con los dedos de las manos, y que sólo han ido transformándose a lo largo del tiempo. Yo comparto esa idea de manera parcial solamente, pues no se puede descartar el potencial surgimiento de nuevos temas o reinventar radicalmente los ya existentes en función del contexto histórico. La sociedad no siempre es la misma, sus inquietudes y su expresión tampoco.
            Yaxkin Melchy es un poeta fascinado por el universo, las inteligencias artificiales, la jerga científica; elementos más bien comunes en la narrativa de ciencia ficción que en la poesía, los cuales se conjugan en una tentativa de lenguaje formal que termina siendo poético. El autor toma estos elementos y los redirecciona, no sólo inserta el discurso poético en un tema poco común forzando la posible originalidad, sino que los motivos se doblegan ante la poesía. El lenguaje original, primigenio, vence sobre los lenguajes artificiales, la poesía permanece latente a pesar de la técnica, lo mítico frente a lo racional. Melchy nos muestra la poesía que puede extraerse de un mundo mecanizado no mediante una retórica falaz, sino por la revaloración de ese lenguaje original y olvidado; el lado poético de hipotéticas inteligencias artificiales extraterrestres por ese lenguaje que no está al servicio de la lógica sino con un sentido oculto que rompe con ella. En esta dirección su poesía es transición, es provocación, es ruptura. Es la partitura de un performance cósmico y delirante.

III

El volumen en cuestión es realmente, a diferencia de lo que suele pasar hoy en día, un libro de poesía, no sólo de poemas o, con menos fortuna, cosas que parecen poemas. Lo que es, lo es porque su lenguaje lo propulsa. Aquí, quiero aclarar que cuando quiero decir lenguaje, me refiero al lenguaje literario, ese que nos permite entender una metáfora en múltiples lenguas, aquél que comparte un grupo de lúcidos individuos hijos de una época y con más o menos las mismas inquietudes expresivas, el mismo que nos permite detectar la poesía en el Canto sobre la usura de Pound, el monólogo de Segismundo o el capítulo 7 de Rayuela.
En la poesía de Yaxkin Melchy de pronto vemos grafías y cifras que parecen responder un patrón lógico, u obedecer a algún sentido no aclarado del todo pero intuible, estimulando muy acertadamente la imaginación del lector con la riqueza de sus ambigüedades. Si bien no es un proyecto inacabado (su redondez y contundencia lo confirman) sí es algo en transición. Parece anunciar algo de inevitable relevancia, así lo confirma el epígrafe de Huidobro: Un poema es algo que será, de quien es evidente la deuda y que el poeta reconoce involuntariamente (quizá) en el mismo discurrir de la obra.
            Se presenta como manifiesto de sí mismo desde los primeros versos. Muy pronto el lector se topa con un supuesto “lenguaje de programación mental” más cercano al delirio que a la rigidez del los lenguajes computacionales de alto nivel, clave para recorrer la lógica escritural del flujo poético que dominará el resto de la lectura. Luego viene la conmoción. Estribillos, reiteraciones enfáticas, que abarcan la totalidad de posibilidades, un ars combinatoria basada en una suerte de lógica formal resquebrajada. Desmenuza las reducciones en abstracto de la lógica sobre el lenguaje y lo devuelve a su estado original, aunque siempre queden residuos en la escritura de esta maniobra de tipo casi alquímico.
Poco a poco encamina, sintetiza y condensa su propio lenguaje en una variedad tremenda de recursos a los cuales el autor nos acostumbra, nos impone el asombro constante. De cierto modo atiende lo que enuncia desde el principio:
Una nueva forma del crimen alterar los nombres
Derivar las coordenadas
Proyectar lo real entre dos estrellas fugaces
Hacer cometa todo lo que ocurre en la mente
Cometas negros.

Es un fluir imparable de transformaciones en el que el lenguaje se reinventa, resurge  único en la voz naciente de este poeta. La obsesión por el léxico científico-tecnológico se funde con el registro poético de una escritura asombrosa, unitaria y multifacética, llena de vitalidad. En el universo de Melchy lo cotidiano se vuelve una revelación cósmica enunciada como una declamación, una confesión, un registro detallado de impresiones, experiencias, sensaciones, y no sólo de contemplación. A veces la reiteración típica de los algoritmos es la de la letanía la del cántico ritual, de la poesía misma.
El poeta presenta el vínculo insospechado pero latente de todos los lenguajes, incluso el que proyecta e implanta la ciencia y la tecnología: técnico, numérico, barroco. Esto lo vemos, por ejemplo, en un poema gráfico que se presenta a sí mismo como el reflejo de una mariposa (p. 30), de la cual, la mitad superior está formada de dígitos dispuestos de manera que emulen imperfecta y parcialmente los trazos curvos de la mitad inferior. De este y muchos modos, juega con las representaciones, nos confunde; cuando aparecen atisbos de certidumbre un giro inesperado nos la arranca, la brújula enloquece, el lector termina desechando la clave que ya no necesitará en ese laberinto donde la lógica es otra. Poco a poco, después del asombro, nos acostumbramos a su ambigüedad.
Uno de sus ejes es el traslado, la trasposición, un continuo devenir de lenguaje alrededor del yo poético, constante y consciente de sí:

Me voy
ustedes quédense
                        en los cajones vacantes
                        que dicen ser edificios
                        ellos alzan las manos y dicen:
Yo soy esquina insurgentes con avenida independencia
Yo soy esquina jinetes con avenida universidad

Pero soy el canto subterráneo de una flor
xóchitl in cuícatl
ésa es mi verdadera calle
que se levanta de abajo y dirá en el futuro:

1.     Yo soy la esquina de la energía con el tiempo
2.     Yo soy la vuelta del tiempo con la vida
3.     Yo soy la acera de enfrente de la muerte

El juego no se detiene: Secciones completas de poemas que pasan por comunicados estelares, mandatos o declaraciones existenciales. (Cáncer, Géminis, Sagitario, Andrómeda), con intervalos sucesivos y constantes de nueve meses. Disposiciones que juegan en la página proponiendo lecturas múltiples. Emulación del discurso lógico con intención irónica y poética. Enumeraciones con giros inesperados, luminosos:

La galaxia es como un agujero y mi mano abriéndose
Como un agujero y mi boca abriéndose
Como un agujero y mi ataúd abriéndose
Como un agujero en mi costra corazón abriéndose

La nostalgia por un pasado ilusorio, natural, idílico; en un hipotético presente decadente: electrónico, algorítmico, aséptico:

Viejos mares azules existieron cuando ardía el Sol
Hoy, miro en una computadora el poema
antes de que se apague
el color de las abejas
el color de los árboles
con los últimos segundos de energía

Entonces me dolerán los ojos
y miraré hacia las estrellas muertas imaginando los colores

A veces también se apropia de la lógica del silogismo:

Un OVNI puede observarse como una molécula de vida
que viaja entre la belleza del universo

Belleza: Si toda matemática es energía, toda energía es
una esfera de las dimensiones
Si toda matemática es una mariposa negra que entra y
sale de la poesía.

Luego llegamos a la parte en que la relación entre imagen y texto se vuelve más estrecha. Al principio las imágenes parecen simples adornos, quizá para proporcionar un descanso (desconcertante) en la lectura, u obligando a establecer la relación quizá oblicua con el discurso poético. Luego esas figuras se superponen y se funden con la página y los juegos insertados en ella, la enunciación y el sentido expresivo: Espero que este corazón latiendo, en otra noche sea un poema muro, (en esta página una gran figura compuesta de hexágonos obstruye parcialmente, y a propósito, la lectura del texto), o por ejemplo en “MEME ROCHA O TEORÍA DE LOS ELECTRONES” o también “Con estos ojos he pasado corriendo”, conformando objetos poéticos que no voy a intentar describir porque creo que sería mejor que el lector vea-lea-decodifique por sí mismo.
A medida que avanza el discurso, las imágenes dialogan más con el texto al punto de que separarlas daría como consecuencia la incomprensión. Existe una correspondencia mutua que invita a su interpretación, aunque no facilita su explicación. La última parte sobre todo, que es una especie de catálogo de sueños, lleva al límite el principio que Octavio Paz propone sobre la variedad dentro de la unidad, aplicada al poema extenso en La Otra voz. Este devenir onírico, vertiginosamente variado, potenciado hasta el paroxismo termina con los enigmáticos “Libros en el universo”, la sucesión de ceros y unos propia del lenguaje binario (01110000  01101111  01100101  01101101…), y una última referencia a otra obra poética del autor, no sólo cerrando los múltiples vínculos intertextuales a sus textos anteriores y guiños a los camaradas, sino concluyendo de súbito la marejada de asombro que suscita la lectura de la obra de este poeta.  

IV

En su libro Poema y diálogo, Hans-Georg Gadamer escribe (apenas en los noventa) que es errado afirmar que los poetas han enmudecido, sino que han bajado el tono de voz, ahora sólo hablan para quien tiene oídos y está dispuesto a escucharlos, y si es “todo oídos” los entenderá. El caso de Yaxkin Melchy no está muy alejado de esta verdad. Su obra es compleja y sólo quien tenga suficiente paciencia escuchará el mensaje. No es secreto que ha sido un principio de lectura surgido con la modernidad, retomado por el romanticismo, explotado, en formas hasta entonces impensables, por el siglo XX, y ahora en albores del siglo XXI la tendencia no parece menguar. La literatura apela por el lector privilegiado que con la configuración mental necesaria, las referencias y lecturas adecuadas, éste será víctima de un alud silencioso, del oleaje incontenible de la significación.
Los poemas que vi por un telescopio es un mosaico heterogéneo más no misceláneo. La propuesta de Yaxkin Melchy no sólo destaca, se inserta en la poesía mexicana de manera provocadora y única. Indudablemente un nuevo timbre ha resonado en nuestra poesía.

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