EL POEMA AL QUE LE DEBEMOS EL NOMBRE DE LA REVISTA:


"Si pudiera lo haría: me rociaba
de pirocromos y canela,
y vivo me
quemaba;
ah,
pero que tu pecho
fuera mi plaza pública.

Imagina: escalarte
nardo a nardo con ardor hasta los ojos,
e inaugurar el día
desde allí…

---Me sueño
este charco de sol
que se pone de pie para cantarte".

-Si pudiera lo haría, de Desiderio Macías Silva

martes, 10 de abril de 2012

Espejos



Rodrigo E. Torres
[México, DF, 1990
Escribe desde Aguascalientes]


Graciela lleva, uno tras otro, los largos espejos rumbo al set de grabación. Procura no cargarlos de frente para evitar encontrarse el rostro repugnante y el cuerpo obeso y mal proporcionado que ha terminado por alejarla de cualquier intento amoroso.
Sin embargo hoy tiene esperanzas. Sabe que eso no es bueno, que al final es más doloroso verlas morir, pero ya no puede evitarlo. Clarabella, la estrella porno por antonomasia grabará en unos minutos en el estudio. Clarabella dijo, en una entrevista, que no siempre fue bella, pero que al verse en una pantalla teniendo sexo, supo que el cuerpo que poseía era más hermoso que ningún otro, sólo estaba un poco descuidado. Clarabella ha filmado 348 películas hasta ahora, cada una mejor a la anterior. ¡Ah, Clarabella! “Si me viera Clarabella...”
-De verdad Toñito, es un honor que un director con tu talento se haya fijado en mí.
- No. Yo soy quien debe agradecer que aceptaras. Todo director del medio sueña con filmar tus tetas.
-La idea de los espejos fue una maravilla. No hay nada más sensual ni sexoso que yo multiplicada al infinito.
            Graciela la mira, idiotizada la recorre del cabello a los pies, con la mente le alza lento la falda e, imaginariamente, se lleva su lunar predilecto a la boca. Los espejos que fija a las paredes del set están dedicados a ella, para volverla aún más majestuosa… ¡Mierda, ya no hay tornillos!
-¡Toño!
-Un momento, Chela.
-Es importante.
-Discúlpame, preciosa.
-No tardes mucho, me puedo aburrir.
-Por supuesto que no.
            Y la deja sentada, cigarro entre dedos y piernas cruzadas.
-¿Qué pasó?
-No hay tornillos.
-¿Para qué los necesitas?
-Tengo que fijar los espejos.
-¡Economiza! Seguimos jodidos, Graciela. Cuando venda esta peli te compraré todos los clavos que quieras.
-Son tornillos.
-Lo que sea. Confío en que harás un buen trabajo.
-¿Me la vas a presentar?
-Le darías miedo.
Lleva cuatro años y medio trabajando con Toño, y todavía no llega el día en que olvide burlarse de ella. Ahora él se dirige hacia la bella, quien le pregunta por su compañero de escena. Gulliver Gastón será el afortunado, aunque él no lo piense así. Gulliver lee más de lo que habla. Ahora ejercita sus tríceps mientras bebe el “agua sexual” de Neruda. Una vez le confeso a Graciela que se volvería un gran poeta, que si ahora hace porno es sólo para conocer todas las formas posibles de la anatomía femenina y estar así preparado para cuando la poesía lo enfrente a la cara.
-No es tan guapo. Espero que al menos esté bien dotado.
-Veras que sí.
Es difícil atar con alambres un espejo al techo. Lo es todavía más cuando el espejo refleja el escote de tu mujer perfecta, que al darse cuenta de cómo la miras, te ofrece una sonrisa discreta y traviesa. Es una señal. Graciela sabe que puede acercarse. Deja los amarres y toma su bolso, donde guarda los diez mejores títulos de la videografía de Clarabella. Baja a pedirle que los autografíe, pero antes de que pueda abrir la boca, la diva le pide un café late caliente. Graciela sabe bien las reglas: La deforme obedece a la deiforme. Pero Graciela es lista y antes de ir por el café, le deja cerca su bolso entreabierto. La Diosa, al descubrirse dentro, se maravilla, encuentra que la chica de los cafés tiene un esplendido gusto.
-¿Te gustan mis películas?- le pregunta.
-Tengo 347. Me falta “El terrible agujero negro”, ya está agotada.
-Entonces te gustan mucho.
-Me gustas tú.
-Soy hermosa, ¿verdad?
-¿Crees que alguien pueda verme como te veo yo?
Clarabella ríe. Se apena, duda.
-¿Es en serio?
-Olvídalo.
-No… Creo que es probable.
-¡Clarabella a escena!-, gritan más allá.
-Déjame pensarlo-, se va confundida.
Graciela mira la filmación excitada, pero triste. Gulliver no hace mal su trabajo, sin embargo, Clarabella sabe cómo hacerlo pasar por un idiota, un novato del sexo ante cámaras. Gulliver, tan ciego, es incapaz de ver algún detalle que vuelva única a Clarabella. Jamás se fija en el lunar, le parece un cuerpo aburrido. La humillación no vale la pena. Se va.
Toño intenta convencerlo de volver. No pierde mucho tiempo, cada segundo con Clarabella le cuesta dinero que aún no consigue.
-Grabaremos tu solo.
Ella sonríe. Entra en la habitación y su figura se multiplica. Mil Clarabellas se desnudan seductoras como súcubos salvajes y, la primera de ellas, se fascina. Sus manos la acarician y acarician su reflejo, sus dedos la penetran una y cien veces al mismo instante. Graciela ahora conoce a la sensualidad viviente, la lujuria perfecta. Llora. Clarabella la mira “¡Sí!” dice (¿o le dice?) mientras se masturba “¡Sí!” y sus nalgas se presionan contra el espejo que se mueve y desequilibra al de arriba que escapando de su amarres mediocres cae sobre la Venus del porno volviéndola cachitos de cristal, sexo y sangre  

Gulliver entra corriendo al oír los gritos de quien pierde la fortuna que nunca poseyó, no sabe que dentro le espera un regalo de la musa. Graciela, bella como nunca, besa el cráneo roto de Clarabella mientras llora. Por lo fin encontró la poesía.

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