Gabriela de Alba Jiménez
Temo tu mirada agualíquida,
tu sonido sereno cayendo sobre mí,
no soporto la luz que flota en tu sonrisa.
Siento hambre, hervor, locura y miedo;
quiero morderte y besar tu carne y oler tus heridas
y tomarme tu sangre y almorzarme tus pies.
Ahora lo sé, tengo el mal.
Mi boca llora espuma, como tu piel hace deseo;
mis ojos sollozan heladas hebras de lumbre;
las sombras danzan estáticas y se burlan de mí
y se visten de seducciones y promesas,
porque así eres tú:
un eco, una mentira, un cuento
que presumes colores y gritas de ausencia.
Inscribo en mí tus latidos
como el ansia de respirar en el fondo del mar
y nadar en la nada fría y olvidada.
Quisiera ser el reo de tus entrañas, contagiarte.
Pero insistes en vacunarte de mí con abandono,
en lapidar mi demencia con tus pasos airados,
diluir mis burbujas en tu mar colosal,
pinchar mi ombligo con tu aguda belleza,
ignorar mi mácula ante tu perfecta faceta,
trozar mis colmillos con tus labios de mármol…
Amén,
que así sea tu olvido, que así quede escrito,
y si prefieres, ponle un bozal a mis pecados,
bautízale un nombre a tu indiferencia,
pero no me arrebates mi rabia,
pues prefiero este espumarajo que me seca lentamente
al vacío que tu espectro
ha dejado en las lunas llenas de mi ventana.
Eso amigo mío, eso sí que es rabia.
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